En una entrada anterior miramos hacia arriba, hacia el Cielo. Hoy nos
toca mirar hacia abajo. En la mayoría de las religiones, el Infierno es un
lugar -o un estado- de sufrimiento y tortura reservado a los malvados y los
pecadores. Según algunas creencias es eterno, mientras que para otras es otro
paso intermedio.
Lucifer, rey del Infierno (G. Doré) |
Una de las más antiguas referencias a algo similar al Infierno la
encontramos en el antiguo Egipto, más específicamente durante la época del
Imperio Medio, del 2055 al 1650 a.C. En este período, Osiris era considerado el
dios de la resurrección, la vida después de la muerte, el Inframundo y los
muertos. Su culto le ofrecía hasta al más humilde de sus seguidores la
posibilidad de una vida eterna, siendo la idoneidad moral el factor principal a
la hora de determinar si la merecían. Después de morir, las personas eran
juzgadas por un tribunal de cuarenta y dos jueces. Aquellos encontrados culpables
eran arrojados a un “devorador”, que los castigaba por medio de terribles
tormentos y luego los destruía. Es muy probable que estas descripciones hayan influenciado
las ideas medievales del infierno.
Las evidencias más antiguas de la noción de un Inframundo habitado por
los muertos pueden encontrarse en las culturas sumeria, babilonia, acadia,
asiria e hitita, entre otras. De entre los pocos textos que sobrevivieron hasta
nuestros días, podemos encontrarlas en la Epopeya de Gilgamesh, “El descenso de
Inanna al Inframundo”, “Baal y el Inframundo”, “El descenso de Ishtar” y “La
Visión de Kummâ”.
Otras mitologías en las cuales encontramos equivalentes del Infierno son
la bretona (Anaon), celta (Uffern), eslava (Peklo), finlandesa (Tuonela),
Bagobo (Gimokodan), india (Kalichi), Haida (Hetgwauge) y Swahili (Kuzimu),
por citar algunos ejemplos. Los pueblos americanos también tenían sus equivalentes
infernales. Los aztecas creían que los muertos viajaban al Mictlán, que se encontraba muy al norte y
al cual llegaban después de cuatro años de duras pruebas, como atravesar
montañas que se desplomaban, cuchillos que volaban llevados por el viento, un
río de sangre y jaguares. En la cultura maya,
el Inframundo era llamado Xibalbá, estaba
dominado por demonios, tenía nueve niveles y sus caminos eran tortuosos y
empinados.
En el judaísmo antiguo no había originalmente un concepto de Infierno,
ni una doctrina específica sobre la vida después de la muerte, sino que este
concepto que fue introducido durante el período Helénico. El Gehena, que sí es
parte de su tradición, no es exactamente un Infierno, sino originalmente una
tumba y más tarde una especie de Purgatorio, donde las personas eran juzgadas
en base a las cosas que hicieron durante sus vidas o, más correctamente, donde
tomaban conciencia de sus fallas y acciones negativas. Por este motivo, se lo veía
como un intenso sentimiento de
vergüenza, más que como un lugar físico. La Cábala
lo explica como un lugar de espera para todas las almas, no sólo las de los
malvados. El pensamiento rabínico, en su gran mayoría, sostiene que la gente no
permanece en Gehena para siempre, sino que, como máximo, pueden pasar ahí doce
meses, aunque hubo excepciones. Algunos lo consideran una “fragua espiritual”
donde se purifican las almas para su eventual ascenso al Cielo. El término Gehena
deriva de un lugar en las afueras del antiguo Jerusalén, llamado Valle del hijo
de Hinnon, en el cual, según el Viejo Testamento, los apóstatas y seguidores de
dioses cananeos sacrificaban a sus niños en la hoguera. El Sheol (pozo, morada de los muertos), era el equivalente del griego
Hades.
La doctrina cristiana sobre el Infierno deriva del Nuevo Testamento,
donde se lo describe usando los términos Tártaro, Hades o Gehena, aunque, como
vimos, no son del todo equivalentes entre sí. En muchas iglesias cristianas, como
la Católica, la mayoría de las Protestantes (Bautistas, Episcopales, etc.) y
algunas griegas ortodoxas, se enseña que el Infierno es el destino final de
aquellos que no fueron encontrados merecedores después de haber pasado por el
gran trono del juicio, donde serán castigados por sus pecados y permanentemente
separados de Dios después de la resurrección y el Juicio Final.
Algunas sectas cristianas modernas, como La Iglesia Viva de Dios, La Iglesia Internacional de Dios y la Iglesia Adventista del Séptimo Día, adhieren
a la teoría de la Inmortalidad Condicionada, según la cual el alma es mortal
-muere con el cuerpo- y sólo aquellos que creen en Jesucristo merecen el
“regalo” de la inmortalidad en el Juicio Final. Para los seguidores del Aniquilacionismo, el
alma es mortal, a menos, por supuesto, que reciba la vida eterna, y puede ser destruida en el
Infierno. Los Testigos de Jehová, por su parte, sostienen que el alma vive con el cuerpo y deja
de existir cuando la persona muere, por lo que el Infierno es un estado de no
existencia, sin tormentos.
Mujeres ardiendo por mostrar su cabello |
En el Budismo, por su parte, Buda habla sobre el Infierno con gran
detalle. Hay cinco o seis reinos de renacimiento o reencarnación, que pueden ser
a su vez subdivididos en grados de agonía o placer. De los reinos infernales, o
Naraka, el peor es el Avīci,
o sufrimiento eterno (se llama así, pero, si bien el sufrimiento puede durar
eones, éste no es permanente, ya que sólo dura hasta la siguiente encarnación).
El budismo enseña que la forma de escapar de estos ciclos de migraciones o
renacimientos infinitos (ya sean positivos o negativos) es alcanzando el
Nirvana.
Naraka budista (R. Temple) |
En China, la mezcla de influencias taoístas y budistas con la mitología y antiguas creencias locales dieron origen al Diyu (prisión terrestre). Esta prisión, gobernada por
Yanluo Wang (el Yamarāja del Budismo), era un gran laberinto formado
por niveles subterráneos y celdas, en las cuales las almas expían sus pecados
terrenales sufriendo terribles castigos. También, al igual que en el Budismo,
son renovadas y preparadas para la próxima encarnación.
Como puede verse, así como el Coco, o Cuco, era el encargado de mantener a los niños a raya y hacer que se fueran a dormir a horario ("Duérmete niño, / duérmete ya, / que viene el coco / y te comerá..."), el Infierno ha sido siempre el "monstruo en el ropero" con el cual se asustaba (y se sigue asustando) a las personas para que no caigan en la tentación de salirse de las normas establecidas por las creencias religiosas. No es casual que en muchas religiones el peor de los pecados sea, justamente, no tener fe.