jueves, 14 de noviembre de 2013

El método científico: ¿un dogma más?

Mario Bunge
¿Es dogmático favorecer la extensión del método científico a todos los campos del pensamiento y de la acción consciente? Planteamos la cuestión en términos de conducta. El dogmático vuelve sempiternamente a sus escrituras, sagradas o profanas, en búsqueda de la verdad; la realidad le quemaría los papeles en los que imagina que está enterrada la verdad: por esto elude el contacto con los hechos. En cambio, para el partidario de la filosofía científica todo es problemático: todo conocimiento fáctico es falible (pero perfectible), y aun las estructuras formales pueden reagruparse de maneras más económicas y racionales; más aún, el propio método de la ciencia será considerado por él como perfectible, como lo muestra la reciente incorporación de conceptos y técnicas estadísticas. Por consiguiente, el partidario del método científico no se apegará obstinadamente al saber, ni siquiera a los medios consagrados para adquirir conocimiento, sino que adoptará una actitud investigadora; se esforzará por aumentar y renovar sus contactos con los hechos y el almacén de las ideas mediante las cuales los hechos pueden entenderse, controlarse y a veces reproducirse.

No se conoce otro remedio eficaz contra la fosilización del dogma —religioso, político, filosófico o científico— que el método científico, porque es el único procedimiento que no pretende dar resultados definitivos. El creyente busca la paz en la aquiescencia; el investigador, en cambio, no encuentra paz fuera de la investigación y la disensión: está en continuo conflicto consigo mismo, puesto que la exigencia de buscar conocimiento verificable implica un continuo inventar, probar y criticar hipótesis. Afirmar y asentir es más fácil que probar y disentir; por esto hay más creyentes que sabios, y por esto, aunque el método científico es opuesto al dogma, ningún científico y ningún filósofo científico debieran tener la plena seguridad de que han evitado todo dogma.

De acuerdo con la filosofía científica, el peso de los enunciados —y por consiguiente su credibilidad y su eventual eficacia práctica— depende de su grado de sustentación y de confirmación. Si, como estimaba Demócrito, una sola demostración vale más que el reino de los persas, puede calcularse el valor del método científico en los tiempos modernos. Quienes lo ignoran íntegramente no pueden llamarse modernos; y quienes lo desdeñan se exponen a no ser veraces ni eficaces.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Revisitando el Museo Bernardino Rivadavia:


Los buenos museos son los que se pueden visitar más de una vez y volver a disfrutarlos como la primera. Y una ventaja de repetir la visita es que a veces se pueden ver cosas que antes uno había pasado por alto. Aquí algunos ejemplos de cosas nuevas que aprendí en mi tercera recorrida por el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia:
 
. Apenas uno ingresa al museo se encuentra justo frente a una larga sala dedicada a la Geología. Dominando la entrada a la misma hay un gran globo terráqueo que debe tener unos dos metros de diámetro, si no más. Tanto los continentes como los fondos oceánicos se representan en relieve y unas flechas y cartelitos indican la posición de las principales fallas y placas tectónicas. En pocos minutos observándolo, pude escuchar a tres personas adultas diciendo a sus acompañantes "Mirá, es el universo."

Malaquita pulida
Entre otras cosas, en el resto de la sala hay maquetas de algunas de las montañas y volcanes más famosos y una gran colección de fragmentos de distintos tipos de minerales. Observando una de las vitrinas, me enteré de que la malaquita de la que está hecho el traje de la tortuga Manuelita es un mineral real: Dihidroxido de carbonato de cobre (II). Su nombre deriva de su color verdoso, semejante a las hojas de la malva, y que a María Elena Walsh se le hizo parecido al de los caparazones de las tortugas.

. En la sala dedicada a los bivalvos hay una vitrina que habla sobre las perlas. Ahí, un cartelito cuenta la historia de la isla de Margarita, que se hizo famosa por la gran cantidad de perlas que ahí se encontraron y que posiblemente a ello deba su nombre. No vi la relación hasta que me explicaron que perla en latín se dice margarita. Ya que estamos, la frase "no des margaritas a los cerdos" en realidad no se refiere a las flores, sino que proviene de la Biblia, Mateo 7:6, y dice algo así como "[...] ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen."

 
. Hacia el final del recorrido nos encontramos con las aves, de todos los tipos, tamaños y orígenes. Allí descubrí que las harpías, unos monstruos de la mitología griega con cuerpo de pájaro y cabeza de mujer, dieron el nombre a dos águilas distintas. El significado literal de harpía es "el que arrebata", ya que estos monstruos se dedicaban a robarle la comida a Fineo, y seguramente estaban inspirados en algún ave de presa -que son aquellas que tienen por hábito encontrar presas desde el aire y arrebatarlas del suelo- real. Las águilas entran dentro de esta categoría y dos de ellas, la harpía (Harpia harpyja) y el águila harpía de Nueva Guinea (Harpyopsis novaeguineae) reciben su nombre de esos seres mitológicos.

Como dice el dicho, todos los días se aprende algo nuevo. Especialmente en los museos.

martes, 5 de noviembre de 2013

Como si no hubiera dicho nada

Hace ya casi tres meses escribía sobre los dichos del Padre Ignacio en relación a la explosión de un edificio en Rosario y la posibilidad -seguridad, según él- de que una de las víctimas finalmente hallada muerta se encontrara con vida y a salvo, lejos del lugar del siniestro. Como era de esperarse, en todo este tiempo no hubo ninguna repercusión en los medios locales, que lo adoran con reverencia y sólo se hacen eco de sus apariciones mediáticas cuando le son favorables.

Ignacio tiene demasiados seguidores y muchos buenos contactos en los medios y en la política, así que es difícil que alguien le vaya a exigir que rinda cuentas cuando sus predicciones fallan (en realidad, que fallen o no no debería importar). Por el contrario, podemos estar seguros de que, de haberse cumplido su predicción, como mínimo lo hubieran hecho inmigrante ilustre otra vez.
 
En otro post reciente hablábamos de la historia de la Tabla Ouija, y recordábamos que las religiones suelen rechazar a los profetas, videntes y sanadores, porque según sus doctrinas esos dones son exclusivos de sus dioses. Sin embargo, algunos charlatanes como Peries, que a pesar de prometer sanaciones mágicas y afirmar tener visiones imposibles fue recibido recientemente por el Papa, parecen ser la excepción. Así que el encuentro entre Ignacio y Jorge Mario me hizo preguntarme, ¿cual es realmente la diferencia entre ellos? Al fin y al cabo, ambos dicen tener amigos invisibles...