… un artículo que acabo de leer en una revista mensual distribuida por la organización jasídica Jabad Lubavitch de Rosario. En él, una señora -religiosa, haríamos bien en suponer, ya veremos por qué- cuenta dos anécdotas en una. Primero, cuenta que una mañana se le hizo tarde para salir de su casa y perdió el primero de dos colectivos (tenía que hacer un transbordo) y seguramente iba a llegar tarde a su destino. Pero en lugar de preocuparse, decidió que ella había hecho “todo esfuerzo posible para ser puntual. Si llego tarde, es cosa de D-os. Si ésta es la manera como Él quiere que sea, así es como será.” Así que se sacó el reloj para no estar mirándolo todo el tiempo y se dejó llevar, como se suele decir. Sorprendentemente, el siguiente colectivo llegó en seguida y su conductor iba bastante apurado, por lo que finalmente llegó temprano a donde debía ir. La conclusión que la autora saca de todo esto fue “¡Estoy tan contenta por haber decidido dejar conducir el vehículo a D-os; hace tan bien su trabajo!”
Esta reflexión me recordó a lo que decía Sam Harris sobre los sobrevivientes de desastres naturales que se sienten agradecidos a sus dioses por haberlos salvado, ajenos al egoísmo y egocentrismo que ese pensamiento supone. Lo que esta señora dice, básicamente, es que ese ser supremo que ella cree que creó todo primero la hizo llegar tarde a la parada del autobús para después, cuando ella decidió no preocuparse, hacer que el colectivero siguiente se pusiera a manejar como piloto de Fórmula 1, de forma que ella pudiera llegar temprano a sus actividades. La señora parece ser de esos creyentes que siguen convencidos de que el mundo entero gira alrededor de ellos. Si le preguntáramos por qué su dios haría toda esa maniobra -o, ya que estamos, por qué hace cualquier cosa- y obtendremos el consabido “Él sabrá” o alguna de sus muchas variantes ("tiene un plan que sólo Él conoce", "actúa de maneras misteriosas", etc). Lo mismo si le preguntáramos por qué ese dios crea esos desastres naturales, matando a miles de personas para después salvar a unas pocas. El motivo no importa o podemos inventarlo en el camino, lo que importa es ver en cualquier cosa cotidiana una reafirmación de la fe (la propia, claro, no la de otros). Si el conductor le hubiera explicado a la señora a qué se debía su apuro, ella habría contestado que eso también era voluntad divina. La mente del creyente encuentra respuesta para todo.
La segunda parte de la historia ocurre dentro del colectivo. Sube un grupo de chicos que “parecían ser alumnos de 7º u 8º grado” y uno de ellos propone al resto ir a comer hamburguesas con queso. ¡Horror! ¡Mezclar carne con lácteos! La buena mujer debía intervenir y evitar semejante atrocidad. Así que con mucha amabilidad (y la infaltable condescendencia de los religiosos) se dirige al joven y le pregunta si se puede ver la fuerza de gravedad. Como la respuesta es obviamente negativa, la mujer observa “que algo que ni siquiera podemos ver nos controla a nosotros y al mundo entero.” ¿Qué a qué vino eso? Bueno, ahí vamos. Después, le habla al pobre chico que sólo quería comer una cheese burger sobre el microscopio más pequeño del mundo según el libro Guinness de 1992 y sobre cómo podía “magnificar al tamaño de un electrón!” Y entonces concluye: “Quizás llegue un día cuando haya algún tipo de microscopio espiritual. Entonces podremos ver qué terrible daño se perpetra al alma judía si se come carne y leche juntos.” Como todo estaba coordinado con el de arriba, justo en ese momento el colectivo llegaba a la parada y la señora se baja, no sin antes recomendarles a los atónitos chicos estudiar los textos sagrados. Estaba muy contenta de haberles enseñado una lección, haciendo así su buena obra del día.
Pasemos de largo la falacia sobre la gravedad y las imprecisiones respecto de los microscopios y los electrones. Lo que me interesa es la parte donde, cliché religioso si los hay, cae en el "qué pasaría si" al sugerir que uno debe mantener kashrut por si acaso algún día se comprueba que de no hacerlo se estaría dañando al alma. Me resulta inconcebible que alguien rija su vida en base al “por si acaso”, pero es sorprendente cuántos lo hacen. En cuanto a la señora metiche, no sé si me molestó más su insolencia al decir a otros, especialmente niños, lo que deben o no deben comer -siempre según su propia creencia, que a lo mejor ni ellos ni sus padres comparten-, o la seguridad con la que les afirmó que existe tal cosa como el alma y en particular el alma judía como distinta de la de otras etnias. O quizás lo que menos me gustó fue que les recomendase avocarse a los estudios religiosos. ¿Con qué derecho las personas religiosas se meten en la vida de los demás y les dicen a chicos que no son suyos lo que deben o no deben hacer con sus vidas?
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