Los buenos museos son los que se pueden visitar más de una vez y volver a disfrutarlos como la primera. Y una ventaja de repetir la visita es que a veces se pueden ver cosas que antes uno había pasado por alto. Aquí algunos ejemplos de cosas nuevas que aprendí en mi tercera recorrida por el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia:
. Apenas uno ingresa al museo se encuentra justo frente a una larga sala dedicada a la Geología. Dominando la entrada a la misma hay un gran globo terráqueo que debe tener unos dos metros de diámetro, si no más. Tanto los continentes como los fondos oceánicos se representan en relieve y unas flechas y cartelitos indican la posición de las principales fallas y placas tectónicas. En pocos minutos observándolo, pude escuchar a tres personas adultas diciendo a sus acompañantes "Mirá, es el universo."
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Malaquita pulida |
Entre otras cosas, en el resto de la sala hay maquetas de algunas de las montañas y volcanes más famosos y una gran colección de fragmentos de distintos tipos de minerales. Observando una de las vitrinas, me enteré de que la malaquita de la que está hecho el traje de la tortuga Manuelita es un mineral real: Dihidroxido de carbonato de cobre (II). Su nombre deriva de su color verdoso, semejante a las hojas de la malva, y que a María Elena Walsh se le hizo parecido al de los caparazones de las tortugas.


Como dice el dicho, todos los días se aprende algo nuevo. Especialmente en los museos.
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