“...esa pobre chica que, pudiendo haber mandado al hijo al remitente, tuvo la valentía de traerlo al mundo, va peregrinando de parroquia en parroquia para que se lo bauticen”.
Cardenal Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires.
Bergoglio decía estas palabras hace unos días, mientras criticaba a los curas que no bautizan a los hijos extramatrimoniales o de madres solteras que “no fueron concebidos en la santidad del matrimonio”. Por un lado, está bueno que reconozca que esa discriminación existe y que para muchos representantes de la Iglesia Católica esos chicos son parias, ciudadanos de segunda que no merecen ser ingresados en el libro de bautismo. Por otro, sigue mostrando que lo que a la Iglesia le importa son los números. ¡Déjense de joder y bauticen a todos, que necesitamos más fieles!, parece decir el Cardenal.
Por mi parte, sigo sin entender que a los padres les resulte tan importante el bautismo, un ritual arcaico derivado de otras religiones más antiguas y luego modificado, y que hoy en día sólo tiene el significado de asegurarle a la Iglesia Católica un miembro más. Justamente, el bautismo católico consiste en asentar la intención de los padres de educar al hijo en la fe cristiana. Si no, no se lo bautizan. No me suena muy lógico. Dicho a la inversa suena claramente a una amenaza: "Si no nos prometen que van a hacer todo lo posible para que su hijo sea católico, no se lo bautizamos y, por ende, no va a entrar al Cielo. Lero, lero."
Ah, me olvidaba: ¿mandar al hijo al remitente? En fin...
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