lunes, 15 de octubre de 2012

América no era un paraíso, o la falacia del buen salvaje

El 12 de octubre se conmemora la llegada de Cristóbal Colón a América -más concretamente a la isla Guanahaní- y con ello el descubrimiento del nuevo continente, llamado luego Nuevo Mundo por historiadores y geógrafos. Esta conmemoración provoca reacciones de lo más diversas.

Por un lado, se la recuerda como un hito de enorme importancia para la humanidad: se descubrió una parte desconocida del planeta, así como nuevas civilizaciones, idiomas y culturas; favoreció, como toda gran empresa, el desarrollo de nuevas tecnologías; se encontraron fuentes de materias primas, desde minerales hasta alimenticias, que eran desconocidas o escasas en el Viejo Mundo. Gran parte de los alimentos actualmente más importantes para la humanidad fueron desarrollados por los pueblos americanos o encontrados en este continente. Por el otro, se la considera una fecha nefasta por haber sido el principio del fin para las civilizaciones americanas. 

Si bien esto es cierto -y de ninguna manera pretendo restarle importancia ni justificar las matanzas llevadas a cabo por los conquistadores, sino tan sólo poner las cosas en su contexto- el exterminio de sus habitantes no se debió únicamente a las armas de aquellos. En el caso de los incas, por ejemplo, una fuerte guerra civil se desató por la sucesión del trono y esto contribuyó a su decadencia. Muchos miles de americanos perecieron, además, como consecuencia de las nuevas enfermedades traídas por los recién llegados, para las cuales sus organismos no tenían defensas.

América tampoco era el idílico paraíso que muchos parecen creer que era. Esto tiene que ver con el "mito del buen salvaje", falacia que afirma que la civilización corrompe al ser humano y que todos viviríamos mejor estando más cerca de la naturaleza, en un estado casi salvaje. En relación con el descubrimiento de América, quienes promueven esta teoría nos quieren hacer creer que los indígenas eran invariablemente personas justas y amables que vivían en armonía con la naturaleza en sociedades donde imperaba el amor al prójimo. Esto es falso porque deja de lado todo lo que no se ajusta a esa teoría, como las guerras, los sacrificios humanos rituales, el machismo brutal, la sumisión absoluta al líder, chamán o sumo sacerdote, así como una vida en condiciones casi miserables, expuestos al clima, los invasores, las plagas, y con una esperanza de vida mucho menor a la de hoy en día. 

Existe también la falsa creencia de que todo lo natural es bueno (pensemos, entonces, en todos los desastres que son naturales, como los impactos de meteoritos, erupciones volcánicas, terremotos devastadores, así como en las plagas, ataques de animales carnívoros o enfermedades incurables, por ejemplo) y que las culturas antiguas, viviendo en contacto con la naturaleza, eran más sabias que las civilizaciones actuales. Si esto fuera cierto, aún se practicarían la danza de la lluvia para hacer llover y los sacrificios rituales para obtener mejores cosechas, seguiríamos creyendo que la Tierra plana, intentando curar enfermedades usando magia y adjudicando todo lo que no fuéramos capaces de comprender a la voluntad de dioses invisibles. Bueno, esto último aún lo hacemos.

Incas y aztecas, dos de las civilizaciones más importantes del continente, eran conquistadores tan sanguinarios como los que después los conquistaron a ellos. Invadían, saqueaban, secuestraban y esclavizaban a los demás pueblos, matando a hombres, mujeres y niños por igual. Los mayas, a su vez, estaban permanentemente en guerra unos con otros.

Ritual de sacrificio humano azteca
Los sacrificios humanos eran moneda corriente, ya fuera para apaciguar a algún dios o lograr una buena cosecha (claro que esto no era muy diferente de las quemas de herejes en hogueras en el Viejo Mundo). Hay evidencias de que los olmecas, toltecas y totonacas, por ejemplo, sacrificaban niños. Los mayas extraían el corazón de niños y adultos y practicaban la tortura ritual. Los aztecas eran bastante proclives a los sacrificios humanos. Para ellos, cada 52 años el Sol podía extinguirse y, para salvarlo, un enemigo tenía que ser sacrificado en el monte Huixachtépetl, después de lo cual más sangre y corazones humanos debían ofrecerse periódicamente durante los siguientes 52 años. Por supuesto, la práctica servía también a una estrategia de dominación: garantizar los privilegios de las clases dominantes. Los sacrificados a Xipe Tótec eran desollados después de muertos y su piel era utilizada por los sacerdotes que, poniéndosela encima, personificaban al dios. En la cultura inca, el sacrificio humano se llamaba «Capacocha» y generalmente se usaban niños. Se llevaban a cabo después de la muerte del Emperador o durante una hambruna. Se cree que los niños usados tenían que ser físicamente perfectos, lo mejor que se le podía ofrecer a los dioses. Se los adornaba con ropa fina y joyas y se los llevaba a Cusco, donde se realizaba un banquete en su honor. Luego, el sumo sacerdote los llevaba a una montaña, donde los sacrificaba por estrangulación o golpes en la cabeza. Los incas practicaban también la deformación creaneal, envolviendo las cabezas de los bebés recién nacidos en telas muy ajustadas para darles una forma más cónica. Esto se hacía a los hijos de los nobles, para marcar la diferencia de clases sociales en sus comunidades.

Intentemos verlo desde la perspectiva de los europeos. Éstos, a su llegada, se encontraron con hombres y mujeres que iban semi desnudos o se cubrían con cueros y telas, adornándose con plumas, piedritas o huesitos; no hablaban sus mismos idiomas y sus pautas culturales eran totalmente distintas; en lugar de creer en un único dios todopoderoso, cada cultura tenía una religión diferente y veneraban a muchos dioses, que representaban a los astros, los elementos, la vida y la muerte o algunos animales; sus armas eran lanzas, flechas y piedras; como embarcaciones sólo contaban con canoas y balsas con las que recorrían los ríos y lagos. Lógicamente, a los invasores les deben haber parecido salvajes, subdesarrollados, casi animales, y seguramente vieron esa inferioridad en lo tecnológico, militar y armamentístico como una oportunidad para quedarse con sus tierras y sus riquezas y de paso usarlos como mano de obra e incluso inculcarles su religión como otra forma más de dominio y control. Y es que los conquistadores venían a eso, a conquistar y a buscar riquezas para ellos y para llevar a sus tierras. ¿Qué debieron haber hecho? ¿Decir "Hola, ¿qué tal? Pensamos que acá no había nadie, perdón, ya nos vamos"? ¿Volver a sus cortes y explicar que el lugar ya estaba ocupado? Hoy podemos opinar que ese sería el curso de acción más civilizado, pero el concepto de lo que es o no es civilizado era muy diferente hace quinientos años.

Por supuesto que la conquista de América y la imposición del cristianismo se hicieron por la fuerza y a un costo incalculable de vidas humanas, pero, por lamentable que hoy nos resulte, así es como casi todos los países lograron los territorios que actualmente ocupan. Pretender "devolver" dichos territorios a los descendientes de sus primeros habitantes es casi tan ridículo como la culpa que muchos parecen sentir o querer que los demás sintamos por vivir donde vivimos.

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