martes, 24 de abril de 2012

Algunas reflexiones sobre el Cielo y el Infierno


La "fe verdadera": una ficción
En dos entradas anteriores hice un primer, muy breve -y seguramente incompleto- resumen de lo que varias religiones del mundo interpretan como Cielo e Infierno. A primera vista, no parecería que el tema de la existencia o no de ambos mereciera demasiado análisis, dado que, como vimos, en la mayoría de los casos se trata de creencias basadas en antiguas mitologías, que se han ido transmitiendo a través de las generaciones e incluso han sido asimiladas de una religión a otra luego de sucesivas guerras y conquistas. Provienen de épocas en las que los hombres simplemente necesitaban creer en algo, y atribuían todo lo que no podían explicar, que era mucho, a una variedad de deidades y otros seres mitológicos que inventaban (otros sistemas de creencias más actuales se basan tan sólo en charlatanerías). En resumen, no parece haber demasiada evidencia o motivo para pensar que sean reales. Sin embargo, muchísima gente cree en ellos.

Cielo

Sin dudas, la idea de ir a un lugar tan hermoso después de morir parece reconfortante. En realidad, ni siquiera haría falta que fuera tan perfecto para seguir siendo algo deseable,  ya que implicaría, básicamente, no morir. Pero desear algo no es lo mismo que creerlo, y creerlo no lo hace realidad. Podemos tener esperanzas, o fe, de la misma manera que esperamos ganar la lotería. Pero darlo por seguro sin tener evidencia alguna me parece, como decía antes, equivalente a creer en Los Pitufos o Papá Noel, por citar cualquier ejemplo.

Por puro gusto, podemos cuestionarnos si tiene alguna lógica la existencia del Paraíso. ¿Cuál sería el motivo de su existencia? ¿Cuál sería la finalidad de crear a los humanos y darles la posibilidad de ir al Cielo o al Infierno y sentarse a ver cual se llena más rápido?

Por otro lado, si en el Cielo no hay nada que hacer, excepto ser feliz, ¿porqué persiste el miedo a morir? ¿Por qué se ven médiums y espiritistas insistiendo en que hay un alma en pena tratando de volver a la vida o que quiere comunicarse para decirnos o advertirnos algo? ¿Porqué algún espíritu, fantasma o alma querría prevenirnos de alguna desgracia si, en todo caso, después iríamos al Cielo a pasarla bien y dejar atrás todo lo que hayamos sufrido en vida? Básicamente, ¿cuál sería el gran problema de morir? Suframos lo que suframos, si somos buenos acabaremos en el Cielo, ¿no?

Si adherimos a las creencias que no creen en la reencarnación, si no en una continua generación de nuevos seres vivos que después irán al Cielo, éste ya debería estar bastante atestado con todas las almas de todas las personas que han vivido desde el origen de la humanidad. Ya que estamos, ¿los “Neandertales”, “Cromañones” y Homoerectus también están al el Cielo? ¿Y los animales, plantas, hongos, bacterias, virus, etc.? Supongo que la respuesta a la primer pregunta será que el Paraíso es infinito y, para la segunda, debe ser que sólo los seres que tienen “alma” van al cielo (seguramente, cada religión tendrá un concepto distinto y arbitrario sobre qué es el alma y qué organismos la tienen y, por lo tanto, merecen la vida eterna).

Si, por el contrario, creemos en las reencarnaciones, podemos preguntarnos de dónde salen las nuevas almas que nacen todos los días. Es de suponer que el aumento de la población mundial a lo largo de la historia debe ser explicado en este tipo de creencias por medio de algún lugar imaginario donde se generan nuevas almas, por ejemplo. En ese caso, ¿quién o qué lo creó?, ¿quándo?, ¿quién o qué lo creó a él? Y así podríamos seguir…

Ministro evangélico
Otra pregunta interesante es si irían al Cielo quienes no han tenido oportunidad de recibir los conocimientos (las instrucciones) necesarios para saber qué es lo que cada una de las distintas religiones considera que son pecados. Llegan ante las puertas del Cielo y las encuentran cerradas por haber hecho tal o cual cosa que no sabían que fuera un pecado. Esas personas, ¿tuvieron realmente opción de no pecar? Aquí también podemos incluir a los hombres prehistóricos: ¿algún dios o mensajero divino les comunicó las reglas que debían seguir, cómo debían comportarse, en qué debían creer?

También se suele escuchar que quienes sufren en vida (por ejemplo, las millones de personas que nacen en regiones del mundo asoladas por sequías, hambrunas o guerras en las que ellos no son más que víctimas), irán luego al Cielo. Personalmente, el intento de explicación de que lo que están sufriendo ha sido causado (o no evitado) por tal o cual supuesto dios todopoderoso que simplemente mira desde arriba sin intervenir, como una especie de Gran Hermano Celestial que nos pone a prueba o algo así, me parece una falta de respeto. No creo  que sea ningún consuelo decirles que cuando al fin mueran quizás vayan al Cielo (esto, claro, si creen en él, porque si no, ni siquiera los dejarían entrar).

Infierno

¿Cuánta gente cree realmente que el Infierno (o sus equivalentes) es un lugar real? Los creyentes más devotos, seguro que sí, pero por algún motivo, creer en el Infierno parece no ser tan común como creer en el Cielo, incluso entre quienes profesan alguna fe en la que ambos están presentes. Otra observación interesante es que pocos creyentes parecen pensar que corren algún riesgo de ir al Infierno, mientras que muchos se apuran a señalar a otros que sí podrían tener ese destino.

Ahora, quienes sí creen en él, ¿cómo es que no salen desesperados a hacer lo imposible para evitar que sus familiares, amigos, conocidos y cualquier otra persona, tengan un destino tan indescriptiblemente horrible? Es decir, si todo el que comete algún pecado y no se arrepiente (incluidos quienes cometen el pecado más terrible: no creer), está destinado a una eternidad de dolor infinito, ¿cómo no vemos a todos los creyentes tratando de impedirlo? Por otro lado, hay quienes se alegrarían de que determinadas personas vayan al Infierno. ¿Cómo puede alguien pensar, con convicción: “Y bueno, ese seguro que va a ir al Infierno, se lo merece.” y quedarse tranquilo o incluso feliz? ¿Puede alguien desearle a otro algo así y considerarse a sí mismo una persona de bien? ¿Ese es el mensaje de la gente que supuestamente tiene ganado el Cielo? Podemos compararlo con esta situación: en la calle se está librando una guerra, con disparos, cañonazos y gente muriendo de a miles. Adentro, las personas temen salir porque sería una muerte segura. Sin embargo, alguien quiere irse de la casa y salir a la calle. ¿No deberíamos impedírselo de cualquier manera, convencerlo de que sería una locura? La diferencia es que nadie en su sano juicio (salvo los religiosos más fanáticos y los miembros de algunas sectas evangélicas, y dudo de su sano juicio), saldría a la calle a advertir a las personas que deben arrepentirse de sus muchos pecados o irán al Infierno. Todos se le reirían. Porque nadie (excepto los fanáticos), realmente, cree en el Infierno como algo real.
El Círculo Religioso

Como vimos, varias religiones consideran el peor de los pecados el hecho de no tener fe, o profesar otra religión. Pues bien, volvemos a la pregunta sobre el momento y lugar en que nacemos: ¿qué culpa tienen quienes simplemente nacieron dentro de un pueblo que cree en otra cosa? Obviamente, ninguna. Hay muchas religiones en el mundo, y uno obviamente no puede elegir el lugar donde nace. Esto, junto con la fe de quienes nos rodean y educan, determina en qué creeremos, de la misma forma que fue para nuestros padres y los suyos. Sin embargo, para los fanáticos, quien simplemente nació en otro lugar y adquirió las creencias locales, merece el Infierno.  

Como es evidente, nada de esto es demostrable. Simplemente, hay que creer en lo que nos dicen otros mortales: vecinos en charlas de ascensor, taxistas verborrágicos, docentes de materias religiosas, clérigos dando sus sermones o pastores de televisión de domingo al mediodía. Pero entonces, ¿cómo obtuvieron ellos toda esa información? Ah, sí: los profetas, videntes e iluminados de todos los tiempos sí tuvieron el honor de ser elegidos para recibir la Verdad Revelada de parte de mensajeros divinos o de su dios en persona. Nosotros, mientras tanto, se supone que debemos creerles ciegamente, sin protestar ni cuestionar.

Hoy en día, el Cielo y el Infierno son sólo un sistema de recompensa y castigo ficticios al que apelan casi todas las religiones; la forma de masificar el dominio sobre los pueblos a través del culto, apelando a los miedos más básicos de la especie humana: el miedo a la muerte y al sufrimiento.

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