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La "fe verdadera": una ficción |
En dos entradas anteriores hice un primer, muy breve -y seguramente
incompleto- resumen de lo que varias religiones del mundo interpretan como
Cielo e Infierno. A primera vista, no parecería que el tema de la existencia o
no de ambos mereciera demasiado análisis, dado que, como vimos, en la mayoría
de los casos se trata de creencias basadas en antiguas mitologías, que se han
ido transmitiendo a través de las generaciones e incluso han sido asimiladas de
una religión a otra luego de sucesivas guerras y conquistas. Provienen de épocas en las que los hombres simplemente
necesitaban creer en algo, y atribuían todo lo que no podían explicar, que era
mucho, a una variedad de deidades y otros seres mitológicos que inventaban (otros
sistemas de creencias más actuales se basan tan sólo en charlatanerías). En
resumen, no parece haber demasiada evidencia o motivo para pensar que sean
reales. Sin embargo, muchísima gente cree en ellos.
Cielo
Sin dudas, la idea de ir a un lugar tan hermoso después de morir parece
reconfortante. En realidad, ni siquiera haría falta que fuera tan perfecto para
seguir siendo algo deseable, ya que
implicaría, básicamente, no morir. Pero desear algo no es lo mismo que creerlo,
y creerlo no lo hace realidad. Podemos tener esperanzas, o fe, de la misma
manera que esperamos ganar la lotería. Pero darlo por seguro sin tener evidencia
alguna me parece, como decía antes, equivalente a creer en Los Pitufos o Papá
Noel, por citar cualquier ejemplo.
Por puro gusto, podemos cuestionarnos si tiene alguna lógica la
existencia del Paraíso. ¿Cuál sería el motivo de su existencia? ¿Cuál sería la
finalidad de crear a los humanos y darles la posibilidad de ir al Cielo o al
Infierno y sentarse a ver cual se llena más rápido?
Por otro lado, si en el Cielo no hay nada que hacer, excepto ser feliz,
¿porqué persiste el miedo a morir? ¿Por qué se ven médiums y espiritistas
insistiendo en que hay un alma en pena tratando de volver a la vida o que
quiere comunicarse para decirnos o advertirnos algo? ¿Porqué algún espíritu, fantasma
o alma querría prevenirnos de alguna desgracia si, en todo caso, después
iríamos al Cielo a pasarla bien y dejar atrás todo lo que hayamos sufrido en
vida? Básicamente, ¿cuál sería el gran problema de morir? Suframos lo que
suframos, si somos buenos acabaremos en el Cielo, ¿no?
Si adherimos a las creencias que no creen en la reencarnación, si no en
una continua generación de nuevos seres vivos que después irán al Cielo, éste
ya debería estar bastante atestado con todas las almas de todas las personas
que han vivido desde el origen de la humanidad. Ya que estamos, ¿los
“Neandertales”, “Cromañones” y Homoerectus también están al el Cielo? ¿Y los animales, plantas, hongos,
bacterias, virus, etc.? Supongo que la respuesta a la primer pregunta será que el
Paraíso es infinito y, para la segunda, debe ser que sólo los seres que tienen
“alma” van al cielo (seguramente, cada religión tendrá un concepto distinto y
arbitrario sobre qué es el alma y qué organismos la tienen y, por lo tanto,
merecen la vida eterna).
Si, por el contrario, creemos en las reencarnaciones, podemos preguntarnos de dónde salen
las nuevas almas que nacen todos los días. Es de suponer que el aumento de la
población mundial a lo largo de la historia debe ser explicado en este tipo de
creencias por medio de algún lugar imaginario donde se generan nuevas almas,
por ejemplo. En ese caso, ¿quién o qué lo creó?, ¿quándo?, ¿quién o qué lo creó a él? Y así
podríamos seguir…
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Ministro evangélico |
Otra pregunta interesante es si irían al Cielo quienes no han tenido
oportunidad de recibir los conocimientos (las instrucciones) necesarios para saber qué es lo que
cada una de las distintas religiones considera que son pecados. Llegan ante las puertas del
Cielo y las encuentran cerradas por haber hecho tal o cual cosa que no sabían que fuera un pecado. Esas personas, ¿tuvieron realmente opción de no pecar? Aquí también
podemos incluir a los hombres prehistóricos: ¿algún dios o mensajero divino les comunicó las
reglas que debían seguir, cómo debían comportarse, en qué debían creer?
También se suele escuchar que quienes sufren en vida (por ejemplo, las
millones de personas que nacen en regiones del mundo asoladas por sequías,
hambrunas o guerras en las que ellos no son más que víctimas), irán luego al
Cielo. Personalmente, el intento de explicación de que lo que están sufriendo
ha sido causado (o no evitado) por tal o cual supuesto dios todopoderoso que
simplemente mira desde arriba sin intervenir, como una especie de Gran Hermano
Celestial que nos pone a prueba o algo así, me parece una falta de respeto. No creo que sea ningún consuelo decirles que cuando
al fin mueran quizás vayan al Cielo (esto, claro, si creen en él, porque si no,
ni siquiera los dejarían entrar).
Infierno
¿Cuánta gente cree realmente que el Infierno (o sus equivalentes) es un
lugar real? Los creyentes más devotos, seguro que sí, pero por algún motivo, creer en el Infierno parece no ser tan común como creer en el Cielo, incluso entre quienes
profesan alguna fe en la que ambos están presentes. Otra observación interesante es que pocos creyentes parecen pensar que
corren algún riesgo de ir al Infierno, mientras que muchos se apuran a señalar a
otros que sí podrían tener ese destino.
Ahora, quienes sí creen en él, ¿cómo es que no salen desesperados a hacer
lo imposible para evitar que sus familiares, amigos, conocidos y cualquier otra
persona, tengan un destino tan indescriptiblemente horrible? Es decir, si todo
el que comete algún pecado y no se arrepiente (incluidos quienes cometen el
pecado más terrible: no creer), está destinado a una eternidad de dolor infinito,
¿cómo no vemos a todos los creyentes tratando de impedirlo? Por otro lado, hay
quienes se alegrarían de que determinadas personas vayan al Infierno. ¿Cómo
puede alguien pensar, con convicción: “Y bueno, ese seguro que va a ir al Infierno,
se lo merece.” y quedarse tranquilo o incluso feliz? ¿Puede alguien desearle a
otro algo así y considerarse a sí mismo una persona de bien? ¿Ese es el mensaje
de la gente que supuestamente tiene ganado el Cielo? Podemos compararlo con
esta situación: en la calle se está librando una guerra, con disparos,
cañonazos y gente muriendo de a miles. Adentro, las personas temen salir porque
sería una muerte segura. Sin embargo, alguien quiere irse de la casa y salir a
la calle. ¿No deberíamos impedírselo de cualquier manera, convencerlo de que
sería una locura? La diferencia es que nadie en su sano juicio (salvo los religiosos
más fanáticos y los miembros de algunas sectas evangélicas, y dudo de su sano
juicio), saldría a la calle a advertir a las personas que deben arrepentirse de sus muchos pecados o
irán al Infierno. Todos se le reirían. Porque nadie (excepto los fanáticos), realmente, cree en el
Infierno como algo real.
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El Círculo Religioso |
Como vimos, varias religiones consideran el peor de los pecados el
hecho de no tener fe, o profesar otra religión. Pues bien, volvemos a la
pregunta sobre el momento y lugar en que nacemos: ¿qué culpa tienen quienes
simplemente nacieron dentro de un pueblo que cree en otra cosa? Obviamente, ninguna. Hay muchas religiones en el mundo, y uno obviamente no puede elegir el lugar donde nace. Esto, junto con la
fe de quienes nos rodean y educan, determina en qué creeremos, de la misma forma
que fue para nuestros padres y los suyos. Sin embargo, para los fanáticos, quien
simplemente nació en otro lugar y adquirió las creencias locales, merece el Infierno.
Como es evidente, nada de esto es demostrable. Simplemente, hay que
creer en lo que nos dicen otros mortales: vecinos en charlas de ascensor, taxistas
verborrágicos, docentes de materias religiosas, clérigos dando sus sermones o
pastores de televisión de domingo al mediodía. Pero entonces, ¿cómo obtuvieron
ellos toda esa información? Ah, sí: los profetas, videntes e iluminados de
todos los tiempos sí tuvieron el honor de ser elegidos para recibir la Verdad
Revelada de parte de mensajeros divinos o de su dios en persona. Nosotros,
mientras tanto, se supone que debemos creerles ciegamente, sin protestar ni
cuestionar.
Hoy en día, el Cielo y el Infierno son sólo un sistema de recompensa y
castigo ficticios al que apelan casi todas las religiones; la forma de masificar el dominio sobre los pueblos a través
del culto, apelando a los miedos más básicos de la especie humana: el miedo a
la muerte y al sufrimiento.
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