En 1925, Antoine Marie Joseph Artaud (1896-1948), un dramaturgo, poeta,
actor y director de teatro francés, escribió la siguiente carta a los rectores de las
universidades europeas:
"Caballeros:
Antoine Artaud (M. Ray) |
En la estrecha cisterna que
llamáis "Pensamiento": los rayos del espíritu se pudren como parvas
de paja. Basta de juegos de palabras, de artificios de sintaxis, de
malabarismos formales; hay que encontrar -ahora- la gran Ley del corazón, la
Ley que no sea una ley, una prisión, sino una guía para el Espíritu perdido en
su propio laberinto. Más allá de aquello que la ciencia jamás podrá alcanzar,
allí donde los rayos de la razón se quiebran contra las nubes, ese laberinto
existe, núcleo en el que convergen todas las fuerzas del ser, las últimas
nervaduras del Espíritu. En ese dédalo de murallas movedizas y siempre
trasladadas, fuera de todas las formas conocidas de pensamiento, nuestro
Espíritu se agita espiando sus más secretos y espontáneos movimientos, esos que
tienen un carácter de revelación, ese aire de venido de otras partes, de caído
del cielo.
Pero la raza de los profetas
se ha extinguido. Europa se cristaliza, se momifica lentamente dentro de las
ataduras de sus fronteras, de sus fábricas, de sus tribunales, de sus
Universidades. El Espíritu “helado” cruje entre las planchas minerales que lo
oprimen. Y la culpa es de vuestros sistemas enmohecidos, de vuestra lógica de
dos y dos son cuatro; la culpa es de vosotros -Rectores- atrapados en la red de
los silogismos. Fabricáis ingenieros, magistrados, médicos a quienes escapan
los verdaderos misterios del cuerpo, las leyes cósmicas del ser; falsos sabios,
ciegos en el más allá, filósofos que pretenden reconstruir el Espíritu. El más
pequeño acto de creación espontánea constituye un mundo más complejo y más
revelador que cualquier sistema metafísico.
Dejadnos, pues, Señores;
sois tan sólo usurpadores. ¿Con qué derecho pretendéis canalizar la
inteligencia y extender diplomas de Espíritu? Nada sabéis del Espíritu,
ignoráis sus más ocultas y esenciales ramificaciones, esas huellas fósiles tan
próximas a nuestros propios orígenes, esos rastros que a veces alcanzamos a
localizar en los yacimientos más oscuros de nuestro cerebro. En nombre de
vuestra propia lógica, os decimos: la vida apesta, Señores. Contemplad por un
instante vuestros rostros, y considerad vuestros productos. A través de las
cribas de vuestros diplomas pasa una juventud demacrada, perdida. Sois la plaga
de un mundo, Señores, y buena suerte para ese mundo, pero que por lo menos no
se crea a la cabeza de la humanidad."
Es entendible que este tipo de visiones hayan sido moneda corriente en
1925, pero lo preocupante es su resurgimiento (si es que alguna vez dejaron de
existir) en la sociedad actual, particularmente en las universidades de
carreras humanísticas. Por algún motivo, los aprendizajes de estas carreras
parecen estar asociados con un alejamiento de la ciencia, como si ésta
estuviera distanciada de la humanidad, en lugar de ser uno de sus más acabados
logros.
¿Tiene alguna lógica lo que propone el autor? Desde el principio, caracteriza
al pensamiento (científico, aunque no lo dice) como estrecho, cuando en
realidad es todo lo contrario. El pensamiento científico está absolutamente
abierto a todas las teorías, a todas las propuestas. La diferencia con la
visión de Artaud quizás sea que él sugiere aceptar todo lo que salga de
cualquier cabeza, sin importar si tiene lógica o no. Esto está muy bien para su
área de conocimientos, que eran las artes, pero es imposible de aplicar en
cualquier otro rubro. Si no, que alguien intente curar el cáncer, construir un
puente colgante o nuevos componentes para las computadoras, tomógrafos o aviones
de pasajeros usando tan sólo la imaginación o lo que él llama más abajo “Espíritu”.
La ciencia tampoco usa juegos de palabras ni artificios de sintaxis,
como dice Artaud. El lenguaje científico es más bien exacto, conciso, claro y
entendible por cualquier otra persona en cualquier parte del mundo. Las
definiciones de toda su terminología son universales, y no dependen de
criterios ni subjetividades.
De ninguna manera intento decir que haya que abandonar las artes ni las
ciencias humanísticas. Esto sería una insensatez. Lo que no hay que hacer es lo
que hace Artaud: pretender que su área de conocimientos y experiencia es la
única que importa, la única que merece atención y que todas las universidades deben
dedicarse a ellas, abandonando por completo la ciencia, la razón, el
pensamiento crítico, y retornando a la Edad Media, los dogmas y el oscurantismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todos los comentarios son bienvenidos. Si entrás como anónimo, por favor dejá algún nombre o seudónimo.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.