domingo, 15 de abril de 2012

Carta a las Universidades

En 1925, Antoine Marie Joseph Artaud (1896-1948), un dramaturgo, poeta, actor y director de teatro francés, escribió la siguiente carta a los rectores de las universidades europeas:

"Caballeros:

Antoine Artaud (M. Ray)
En la estrecha cisterna que llamáis "Pensamiento": los rayos del espíritu se pudren como parvas de paja. Basta de juegos de palabras, de artificios de sintaxis, de malabarismos formales; hay que encontrar -ahora- la gran Ley del corazón, la Ley que no sea una ley, una prisión, sino una guía para el Espíritu perdido en su propio laberinto. Más allá de aquello que la ciencia jamás podrá alcanzar, allí donde los rayos de la razón se quiebran contra las nubes, ese laberinto existe, núcleo en el que convergen todas las fuerzas del ser, las últimas nervaduras del Espíritu. En ese dédalo de murallas movedizas y siempre trasladadas, fuera de todas las formas conocidas de pensamiento, nuestro Espíritu se agita espiando sus más secretos y espontáneos movimientos, esos que tienen un carácter de revelación, ese aire de venido de otras partes, de caído del cielo.

Pero la raza de los profetas se ha extinguido. Europa se cristaliza, se momifica lentamente dentro de las ataduras de sus fronteras, de sus fábricas, de sus tribunales, de sus Universidades. El Espíritu “helado” cruje entre las planchas minerales que lo oprimen. Y la culpa es de vuestros sistemas enmohecidos, de vuestra lógica de dos y dos son cuatro; la culpa es de vosotros -Rectores- atrapados en la red de los silogismos. Fabricáis ingenieros, magistrados, médicos a quienes escapan los verdaderos misterios del cuerpo, las leyes cósmicas del ser; falsos sabios, ciegos en el más allá, filósofos que pretenden reconstruir el Espíritu. El más pequeño acto de creación espontánea constituye un mundo más complejo y más revelador que cualquier sistema metafísico.

Dejadnos, pues, Señores; sois tan sólo usurpadores. ¿Con qué derecho pretendéis canalizar la inteligencia y extender diplomas de Espíritu? Nada sabéis del Espíritu, ignoráis sus más ocultas y esenciales ramificaciones, esas huellas fósiles tan próximas a nuestros propios orígenes, esos rastros que a veces alcanzamos a localizar en los yacimientos más oscuros de nuestro cerebro. En nombre de vuestra propia lógica, os decimos: la vida apesta, Señores. Contemplad por un instante vuestros rostros, y considerad vuestros productos. A través de las cribas de vuestros diplomas pasa una juventud demacrada, perdida. Sois la plaga de un mundo, Señores, y buena suerte para ese mundo, pero que por lo menos no se crea a la cabeza de la humanidad."

Es entendible que este tipo de visiones hayan sido moneda corriente en 1925, pero lo preocupante es su resurgimiento (si es que alguna vez dejaron de existir) en la sociedad actual, particularmente en las universidades de carreras humanísticas. Por algún motivo, los aprendizajes de estas carreras parecen estar asociados con un alejamiento de la ciencia, como si ésta estuviera distanciada de la humanidad, en lugar de ser uno de sus más acabados logros.

¿Tiene alguna lógica lo que propone el autor? Desde el principio, caracteriza al pensamiento (científico, aunque no lo dice) como estrecho, cuando en realidad es todo lo contrario. El pensamiento científico está absolutamente abierto a todas las teorías, a todas las propuestas. La diferencia con la visión de Artaud quizás sea que él sugiere aceptar todo lo que salga de cualquier cabeza, sin importar si tiene lógica o no. Esto está muy bien para su área de conocimientos, que eran las artes, pero es imposible de aplicar en cualquier otro rubro. Si no, que alguien intente curar el cáncer, construir un puente colgante o nuevos componentes para las computadoras, tomógrafos o aviones de pasajeros usando tan sólo la imaginación o lo que él llama más abajo “Espíritu”.

La ciencia tampoco usa juegos de palabras ni artificios de sintaxis, como dice Artaud. El lenguaje científico es más bien exacto, conciso, claro y entendible por cualquier otra persona en cualquier parte del mundo. Las definiciones de toda su terminología son universales, y no dependen de criterios ni subjetividades.

De ninguna manera intento decir que haya que abandonar las artes ni las ciencias humanísticas. Esto sería una insensatez. Lo que no hay que hacer es lo que hace Artaud: pretender que su área de conocimientos y experiencia es la única que importa, la única que merece atención y que todas las universidades deben dedicarse a ellas, abandonando por completo la ciencia, la razón, el pensamiento crítico, y retornando a la Edad Media, los dogmas y el oscurantismo.  

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