lunes, 21 de mayo de 2012

Sobre el bautismo

Cuando hablamos sobre el mitraísmo y el origen del cristianismo como religión oficial de Roma en la época de Constantino, vimos también algo sobre el origen del ritual del bautismo. Ahora nos preguntamos por qué se sigue realizando y qué significado tiene hoy este rito tan antiguo, que servía para consagrar a las personas, especialmente los soldados, a Dios. (Sacramentum, ya que estamos, equivale gramaticalmente a 'instrumento para hacer santo' y era el término con el cual se designaba al juramento que hacían los soldados romanos de servicio incondicional al ejército.)

Bautismo de un bebé
El bautismo es, efectivamente, uno de los rituales, o sacramentos, más importantes en la religión católica; posiblemente sea el más importante. Se pueden bautizar personas de cualquier edad, desde bebés hasta adultos, e incluso personas que desean adoptar la fe católica porque están a punto de morir y temen no ser bien recibidos por Dios si no lo hacen. Los padres hacen bautizar a sus hijos recién nacidos con el objetivo de asegurarle al de arriba que el niño le pertenece y, para que se quede tranquilo, comprometerse a hacer cuanto esté a su alcance para educarlo en la fe católica. Esto, claro, con la esperanza de que a cambio le reserve un lugarcito en el Cielo. Algo así como sobornar a la directora del jardín de infantes para que le guarde un lugar en la salita. Cabe preguntarse, si uno cree en el Dios cristiano compasivo y misericordioso, si es posible que éste deje afuera a una persona tan sólo porque no fue bautizada y a lo largo de su vida nunca se ocupó de realizar este sacramento. Si Dios conoce nuestros corazones y sabe todo lo que pensamos, ¿no sabe si creemos o no en Él y si hemos sido buenos cristianos, sin necesidad de que haya habido un bautismo?

Bautismo por inmersión
Durante el ritual, el sacerdote recita las palabras del bautismo (el rito en sí), al mismo tiempo que moja tres veces al bautizado con agua -que representa la purificación-, ya sea por inmersión (en una pileta, o en la playa de un río o lago), o por ablución (mojarlo como si se estuviera lavando) o aspersión (salpicarlo), y luego le realiza la señal de la cruz en la frente. Para los bebés, es común que sólo se le moje un poco la cabeza. Tampoco es necesario llevar a cabo el bautismo apenas el niño nace, sino que pueden dejarse pasar los días que haga falta según aconseje el pediatra. Dependiendo del sacerdote o la corriente religiosa a la que pertenezca, puede hacerse en una iglesia o al aire libre, puede celebrarse una misa o leerse algunos versículos de la Biblia, algunos parientes pueden ser invitados a decir unas palabras, puede haber un coro, etcétera.

La cuestión es lo que viene después del bautismo. Éste, como dijimos, es un compromiso que los padres toman -con Dios, con la familia, con el cura y con la comunidad- por el cual se obligan a educar al niño como católico. Esto es lo que me resulta chocante, porque se trata, ni más ni menos, que de quitarle al niño la posibilidad y la libertad de decidir, cuando sea mayor, en qué querrá creer o qué religión (o ninguna) preferirá profesar. Básicamente, se lo condiciona a ser católico. (Por supuesto, para muchas familias el bautismo es tan sólo una costumbre que se lleva a cabo desde hace generaciones, y que no implica un condicionamiento posterior para el niño, pero no me refiero a ellas.)

Resulta obvio que los padres hacen esto con las mejores intenciones y con todo el amor del mundo, pensando tan sólo en el bienestar de sus hijos (y de su alma inmortal, ya que en eso creen). Pero hacer algo con amor y buenas intenciones no necesariamente significa que sea correcto. ¿Está bien enseñarle a nuestros hijos, cuando éstos aún no tienen edad para cuestionarse la veracidad de lo que les enseñamos, que existe un ser imaginario del cual no hay evidencia alguna, y en cuya supuesta existencia se basa todo un sistema de creencias que condicionará en gran parte su vida? Para mí, salvando las distancias entre religión y gustos deportivos, es lo mismo que cuando un chico cree que un determinado equipo de fútbol es el mejor simplemente porque es lo que cree su papá. El análisis y el pensamiento crítico quedan entonces relegados.

Esto nos lleva, una vez más, a preguntarnos qué pasa con todas aquellas personas no bautizadas porque nacieron en países, culturas o familias que profesan otros credos, o ninguno. Si uno nace en una familia judía, musulmana o atea, no será bautizado y seguramente tampoco será católico. ¿Qué pasa con esa gente? Obviamente, nada. A nadie le pasa nada malo por el solo hecho de no haber sido bautizado. Viven su vida como todo el mundo. Por lo tanto, ¿qué puede pasar (de malo) si uno no bautiza a su hijo? De nuevo, nada (con la salvedad de que, particularmente durante la edad escolar, los demás niños quizás los miren como sapos de otro pozo, y los hagan objeto de burlas e incluso acoso, pero aquí la responsabilidad es de la escuela, que debe evitar la discriminación, enseñando que la diversidad no tiene nada de malo y que hay personas que creen cosas distintas, o nada). Crecerá observando el mundo que lo rodea con curiosidad y decidirá a su debido tiempo en qué desea creer. La diferencia es que, al bautizarlo, uno toma un compromiso, o así lo sienten muchas personas. Ese compromiso, junto con el hecho de asentar el nombre del niño en los registros de personas bautizadas, es el verdadero objetivo del bautismo, porque en ello reside el poder de la Iglesia Católica: no en Dios, sino en la cantidad de fieles.

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